martes, marzo 03, 2009

El amor es química

La antropóloga Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey, se
basa en sus experimentos de imagen cerebral (por resonancia magnética funcional)
para postular que el amor consiste en tres procesos cerebrales distintos, pero
interconectados. Y tienen una profunda raíz evolutiva común, porque su balance
controla la biología reproductiva de las especies:
El impulso sexual, la
primera fase del amor, está regulado por la testosterona (masculina) y los
estrógenos (femeninos) en el común de los mamíferos, más bien por la
testosterona en los primates, y casi exclusivamente por la testosterona en el
Homo sapiens: Los hombres con más testosterona en la sangre tienden a practicar
más sexo, pero también las mujeres suelen sentir más deseo sexual alrededor del
periodo de ovulación, cuando suben los niveles de testosterona. El declinar de
esta hormona con la edad va asociado a la reducción de todos los tipos de
libido, incluidas las fantasías sexuales. Por otro lado, la testosterona no se
relaciona con los gustos preferenciales, sino más bien con los genéricos. Los
psicólogos del Face Research Laboratory de la Universidad de Aberdeen, Reino
Unido, acaban de demostrar, por ejemplo, que los altos niveles de testosterona
-incluso en el mismo hombre, cuando varían en distintos momentos- se
correlacionan con su gusto por los rasgos de la cara asociados a la feminidad,
en genérico, como ojos grandes, labios llenos, etcétera. De modo similar, muchos
estudios han mostrado que los juicios de las mujeres sobre el atractivo
masculino están afectados por los niveles de las hormonas sexuales. Varios
experimentos han cartografiado las zonas del cerebro que se activan al enseñar a
los voluntarios una serie de fotos de contenido erótico explícito. Aunque los
resultados son complicados, una de las activaciones más reproducibles y
proporcionales al grado de excitación sexual declarado por el sujeto es el
llamado córtex cingulado anterior. En un experimento independiente, esta misma
zona resultó activarse cuando el equipo del voluntario metía un gol, una
coincidencia que admite varios tipos de interpretación.
La segunda fase es
el amor romántico, el amor en sentido clásico de la palabra enamorarse. Es un
rasgo humano universal, y su característica definitoria es la atracción sexual
selectiva. Por esta razón, los etólogos creen probable que el amor humano haya
evolucionado a partir del ritual de elección de pareja, o cortejo de atracción
típico de los mamíferos. Parece confirmarlo el hecho de que, en casi todos los
mamíferos, ese cortejo se caracteriza por un notable despliegue de energía,
persecución obsesiva, protección posesiva de la pretendida pareja y belicosidad
hacia los posibles rivales.Pero hay una diferencia. "En la mayoría de las
especies", dice Fisher, "el ritual de elección de pareja dura minutos u horas,
como mucho días o semanas; en los humanos, esa fase temprana de intenso amor
romántico puede durar de 12 a 18 meses". Un año y medio para elegir pareja, ya
está bien con el ritual de cortejo. Son los signos de un alto nivel de dopamina
en los circuitos del placer del cerebro, y así lo han confirmado los
experimentos de imagen. Estos circuitos guían gran parte de nuestro
comportamiento -ni comer nos gustaría si no fuera por ellos-, y son los mismos
que se activan en el ritual de cortejo, o de elección de pareja, de la mayoría
de los mamíferos.
Y por último el cariño, el lazo afectivo de larga duración
que sostiene a las parejas más allá de la pasión. Los dos genes están
relacionados con la oxitocina y la vasopresina, dos hormonas que afectan al
circuito del placer (o de la recompensa) cerebral. Estas hormonas actúan a
través de unos receptores situados en las neuronas de esos circuitos. Los dos
genes clave fabrican el receptor de la oxitocina y el receptor de la
vasopresina.